martes, 16 de abril de 2024

PANZA DE BURRO

Cuando lo que rodea es un ambiente de pobreza absoluta, económica y moral; cuando el acceso a la educación está restringido; cuando la falta de higiene es lo habitual, los habitantes expresan diferentes deseos de escapar de ahí. O escapan de diferentes formas: Hay quienes deben ir al sur de la isla para trabajar, lo que implica no estar con la familia sino sacarla adelante como sea. Hay quienes huyen de la isla dejando a la familia desamparada. Y hay quienes deciden abandonar este mundo que les ha tocado en suerte porque no lo soportan más. El desaliento se ha apoderado de ellos.

Andrea Abreu escribe Panza de burro para denunciar esta situación.

Pocos libros habrá más implacables que esta novela. Y no es que en sus páginas haya un maltrato específico, bueno, lo hay, pero su autora no se ensaña; no le hace falta; la imaginación casi siempre es más poderosa que la certeza y está claro que cuando un niño no cumple las expectativas que sus mayores tienen puestas en él, como el macho que es, va a sufrir psicológica y físicamente no solo por causa de sus compañeros sino por la de sus propios progenitores «Era el abuelo de Juanito, que llevaba el cinturón en la mano […] Del miedo que me dio me entraron unas ganas de mear muy fuertes […] Nos soltamos. Los gritos de Juanito resonaban hasta más allá del cruce». Juanito, un amigo de la protagonista de Panza de burro, es maltratado por su abuelo por ser homosexual. Es una niña en el cuerpo de un niño y eso no se lo va a perdonar nadie de su entorno. La narradora protagonista lo sabe, por eso siente pena por él, incluso sabe que nada cambiará en el futuro, «De repente lo vi en mi cabeza ya de grande, trabajando en el Sur, en una cooperativa de tomates […] entristecido en medio de un montón de hombres riéndose de él y él […] como una viejita de ochenta años, como una mujer vieja».

Andrea Abreu nos recuerda a través de Juanito, de Juanita Banana, que el maltrato tiene consecuencias graves a largo plazo, y a corto; el ambiente en el que se mueven las protagonistas, Isora y la narradora sin nombre, no es el adecuado para unas niñas de diez años. No sabemos el nombre de esta niña, nadie la llama por él, solo su amiga Isora la denomina “Shit” y así se siente ella y así, descorazonados, nos sentimos los lectores al enterarnos. Lo tiene asumido. No es nadie sin Isora, más desarrollada físicamente y con problemas de autoestima que resuelve con ataques de bulimia y de autolesión.

Viven en el norte de Tenerife, un pueblo de montaña donde priman las desigualdades sociales y las situaciones de penuria «ni las casas rurales ni los hoteles en costrusión podían salvar a abuela de todas las deudas que le dejó abuelo antes de irse».

La familia de Shit es pobre, ella se cría con la abuela, porque sus padres trabajan de sol a sol para pagar las deudas que dejó el abuelo cuando las abandonó. No tienen oportunidades. Tampoco Juanito. Ni Isora, una niña criada también por su abuela y su tía desde que su madre se suicidó. Isora quisiera ser como su madre y, sobre todo, quisiera tenerla a su lado.

Los niños son pocos en el pueblo y van todos a una escuela unitaria. Hay pocas distracciones, por lo que los juegos sexuales comienzan pronto. Los niños casi viven en la calle, en pleno contacto con una naturaleza limitada que también les limita la infancia. Son niños acostumbrados a vivir entre los chismes y habladurías de una población envejecida, supersticiosa, machista y sin recursos. Viven en una realidad exótica para los turistas y dura con sus habitantes. Una naturaleza que, cuando se enfada, puede dejarlos, de nuevo, sin nada.

No hay expectativas de cambio, ni para los niños ni para los adultos, desfavorecidos y olvidados, sumisos y depresivos ante la situación que les ha tocado en suerte «Se me ocurrió que la tristeza de la gente del barrio eran las nubes, las nubes clavadas en la punta del cogote, en la parte más alta de la columna vertebral, a la hora de la novela».

A pesar de todo, es bueno leer esta novela. Andrea no solo nos despierta y nos muestra una realidad, que existe aún, en algunos casos para nuestra vergüenza como seres humanos; también nos regala un libro donde encontrar una serie de canarismos, algunos en desuso por su carácter vulgar, que son una joya, testimonio de tradición y cultura.

Predominan en los diálogos, las frases cortas, con muletillas, «Doña Carmen, usté hace sopa magi, la de sobre? […] No, miniña, por qué? Dice mi abuela que la sopa magi es sopa de putas. Ah miniña, pues no sé. Yo la sopa que hago la hago de las gallinas que yo tengo».

El vocabulario que emplean los personajes es reducido, con repeticiones y alteraciones en el orden sintáctico, colocando el tema al principio para destacar de qué se va a hablar, «De que no tuviera madre, de eso no tenía envidia, la verdad. De que no tuviera madre y de que la cuidaran la tía y la abuela no tenía envidia, la verdad».

Predomina el uso de refranes y frases populares en la conversación habitual «Cuando abuela veía un bebé […] Dios lo guarde y lo bendiga de los pies a la barriga».

Es usual la formación de palabras por contaminación, «planchas de duralita» o por medio de acronimia, «cintasiva».

Común el empleo de vocablos por asociación, «fogatera», «humasera» y de expresiones formadas por asimilación de términos «pa cas abuela».

Asimismo las vocales se debilitan por comodidad en el habla «la tualla» 

Es fácil encontrar casos de prótesis, «emprestó» o epéntesis, «amarisconado», «cirgüela».

También encontramos plurales vulgares mediante paragoge «no se mueve nadien» o metátesis «a mí ni me pernuncien».

En fin, los vulgarismos y canarismos son abundantes y extremos sin embargo la novela se entiende; los lectores participamos de las penalidades que a estos niños les brindan las familias, los vecinos, las redes sociales «isoritatuputita: Si K calor como el K tengo yo en el xoxito» e incluso la naturaleza. Todo se funde para ofrecerles una vida dolorosa y desesperanzada «…todo el mundo sabía que detrás de las nubes vivía un gigante de 3718 metros que podía pegarnos fuego si quería».

Una novela diferente, casi experimental, para meternos de lleno en la piel de los desfavorecidos.

lunes, 8 de abril de 2024

MADRE MÍA. LAS MADRES EN LA FICCIÓN

Los tiempos están cambiando, afortunadamente, aunque es cierto que para las mujeres aún deben dar un giro definitivo. Esto es algo que observando el día a día tenía claro pero, gracias a Babelio y su última Masa Crítica, al leer el ensayo de Alicia Pérez Gil, me he dado cuenta de que en televisión, al menos, y en ciertas obras literarias, el papel de la mujer pide a gritos un cambio.

He de confesar que, al pedir el libro, me equivoqué; leí “es una recopilación de relatos” cuando en realidad ponía “retratos”. Pero no me ha decepcionado, al contrario, ha entrado en mi mente como una corriente que espolea para que sea consciente de algo en lo que no me había fijado. En ¡Madre mía! Las madres en la ficción, se incide en la uniformidad con que somos tratadas las mujeres una vez convertidas en madres; el papel cambia sustancialmente, no así el del padre, que puede mantener su rol infantil, el mismo que sus hijos, o despreocupado porque hay cosas que indiscutiblemente las sigue haciendo la madre, «Esos reflejos dejaban muy claro que todas las mujeres son madres y que, de alguna manera, ser mujer-madre elimina la posibilidad de ser mujer-persona […] Las mujeres de ficción solo son personas cuando eligen de manera activa no ser madres».

La madre real educa, organiza el hogar e incluso trabaja fuera de casa… Y tiene dudas sobre si se está equivocando. Si esto es así, mejor que no vea la televisión porque las madres de ficción son abnegadas, completamente dedicadas en cuerpo y alma a sus hijos, o son malísimas, en el caso de que hayan mantenido una actitud egoísta al seguir pensando en ellas; conducta con la que han traumatizado a sus hijos llevándolos a convertirse en psicópatas o asesinos de mujeres, fruto del odio hacia ellas por el maltrato o el abandono recibidos.

En cualquier caso, la madre real se desmoronará al ver el papel que la ficción le ha otorgado en las series, películas o novelas, tanto si refleja una sumisión completa a las necesidades infantiles, que dista mucho de su comportamiento, como si refleja un empoderamiento que luego redundará en la felicidad de su progenie y de sus desdichas. Siempre será ella la culpable.

Como bien señala Alicia Pérez Gil, esto ha sido así desde siempre porque se trata de una cuestión cultural. No cabe duda de que a la mujer, a lo largo de la historia, se le han negado oportunidades, espacios o incluso la identidad, sin tener en cuenta su papel creador, protector y transmisor de cultura. Porque a la mujer se la ha relegado a una cultura popular, tradicional, en la que ella era cuidadora de aquellos a los que había dado a luz o de quienes la habían traído al mundo y ya no podían valerse por sí mismos. La mujer pues, ha tenido un papel primordial en el hogar y, le gustase o no, era lo que tocaba. Romances, leyendas, cuentos, mitos, refranes conforman nuestra cultura, nuestra estructura de pensamiento y sentimiento. Esta es la cuestión cultural, «Pertenecer a la misma cultura significa que una persona es capaz de expresarse mediante un corpus determinado de palabras de manera que otras puedan comprenderla […] Sin lenguaje no habría madres, ni mujeres ni hombres». Pérez Gil viene a decir que nuestra lengua lo ha determinado todo, sin ella no existirían los conceptos, los conceptos que regulan nuestra mente.

Pues por eso, precisamente, creo que cuesta tanto despojarse de estos papeles, asumidos, que tiene la sociedad de la mujer y del hombre.

Sin género de duda, a esa tradición debemos la cultura de la mujer relacionada con la naturaleza, que ha supuesto avances en medicina, farmacia, botánica o jardinería. Creo que este ensayo reclama esa parte como importante en la ficción.

Aunque en la realidad se hayan dado pasos para conseguir avanzar y que la mujer logre beneficiarse de mejoras en materia laboral y cultural, la ficción parece estancada en clichés que ni siquiera están basados en la realidad, sino que parten de la imaginación de hombres, probablemente por miedo a quedarse sin la protección, la sumisión y la libertad que la mujer les brinda al quedarse en casa.

En la ficción, las mujeres trabajan fuera de casa, son abogadas, juezas, médicas… y llegan a tener éxitos comparables a los de los hombres. Pero en el momento en que son madres se transforman.

Estamos cansados de ver cómo los estereotipos que «han llegado a las pantallas y a las estanterías contribuyen a generar, establecer, mantener y justificar el patriarcado».

Hoy, en la sociedad actual, muchas mujeres deciden no ser madres, sin embargo «En la ficción todas las mujeres son madres: madres futuras, madres sin hijos, madres buenas, malas madres».

Está claro que la ficción se deja llevar por esa cultura popular creada, a través del lenguaje, por el hombre; por eso se espera que su fin sea la maternidad. Apenas sabemos de los trabajos de la mujer en la prehistoria exceptuando el papel de creadora y cuidadora de sus hijos pequeños, en el cine de temática prehistórica «aparecen gran cantidad de personajes masculinos y muy pocos femeninos»; esto ha afectado a la brutalidad con la que se ha tratado a la mujer en películas, chistes, cuentos que «reproducen una imagen archiconocida: la del hombre que arrastra por el pelo a una mujer».

El concepto de fuerza y determinación en el espacio exterior ha calado en la concepción de supremacía masculina en las diferentes sociedades. Y es muy curioso, incluso gracioso, que las mujeres, ficticias, que aparecen adopten un papel erótico antes de ser madres (Raquel Welch en Hace un millón de años), sumiso siempre y violento solo cuando han de defender a sus hijos (Parque Jurásico).

Con el paso del tiempo, en la Edad Antigua o Media, la mujer seguía cuidando a los niños pequeños pero los varones, sobre todo los de buenas familias, eran separados de sus madres a una edad temprana para ser educados por hombres competentes. Las niñas podían quedarse en casa con ellas. Puede que, como consecuencia de esto, los mitos de Grecia, Egipto, Roma escritos —supuestamente— por hombres, hayan dejado un poso de culpabilidad en la mujer, «Pandora, la primera mujer humana, es creación de los dioses y tiene un único propósito: castigar a los hombres por haber robado el fuego».

También los cristianos tienen a Eva, condenando a Adán a sufrir y trabajar y a ella misma a parir con dolor. En fin, estereotipos interpretados por hombres que nos dejan pocas opciones o una: atraer a los hombres sexualmente para ser castigadas.

Ya advirtieron los grandes filósofos, como Aristóteles o Jenofonte, que la mujer estaba “hecha” para procrear. ¿Es por eso que ha calado tan hondo?, ¿por lo que en la ficción, la mujer que no tiene hijos «se amarga y se vuelve loca»? La pregunta queda ahí, para que reflexionemos sobre por qué tantas mujeres en el cine han sido causantes de raptos, asesinatos o maltratos cuando se les prohibía tener hijos. Por qué tantas otras se han visto sobrepasadas física o mentalmente al intentar compaginar trabajo fuera y dentro del hogar, pensemos en Glenn Close en Atracción fatal, Rebeca de Mornay en La mano que mece la cuna, Charlize Theron en Blancanieves y la leyenda del cazador o «Blonde (2022), el pretendido biopic sobre Marilyn Monroe en el que se hace hincapié, de forma brutal y en absoluto piadosa, sobre los abortos espontáneos que sufrió y cómo eso afectó a su estabilidad mental».

Y ya puestos, podemos razonar por qué las que exclusivamente son amas de casa mantienen un equilibrio perfecto y cuidan de sus hijos sanos y perfectos «Los ejemplos en los que la relación entre marido y mujer se basa en los sacrificios de ella para que él esté satisfecho, son incontables». Y eso se lo debemos a la Iglesia; los Padres de la Iglesia trasladaron la sumisión de María a Dios a la sumisión de la mujer al hombre. Y ahí se mantienen, afianzando los papeles de mujer-madre sumisa, hombre-dios poderoso.

En fin, Alicia Pérez recuerda que entre todos, con el lenguaje, podemos cambiar la cultura y la tradición, y es necesario. No debemos, ni podemos eliminar lo andado hasta hoy, ni en la realidad ni en la ficción, pero sí podemos transformarlo. Hemos evolucionado y hoy podemos ver y leer historias ficticias de familias monoparentales, con dos madres, con dos padres, «con mujeres trans en el papel de madres con ambiciones, con relaciones adultas, con conflictos ajenos a los que se derivan del cuidado de los hijos». Así que la autora nos pide que leamos, veamos y, sobre todo, pensemos cuándo esos retratos están basados en la actualidad y cuándo representan un sesgo para las mujeres.

jueves, 4 de abril de 2024

VERSOS DE HIEL



Tengo en mis manos un libro de poemas que no termino porque una vez leído el último, y dispuesta a analizarlo, recuerdo unos versos, o un título y lo retomo; esto me lleva a otro y luego a otro, así que aquí estoy, leyendo, releyendo y extrayendo sentimientos que me son tan afines.

Mi hermana me pasó el libro, que a ella le dedicó la autora, una amiga, y yo no sé si se lo voy a devolver porque dudo que pueda decir en algún momento que lo he terminado. De todas maneras, gracias, Toñi, por acordarte de mí y gracias, Nuria Sánchez Nicolás, por dejar en tus versos la ira contenida, o no, por las injusticias que esta sociedad no se cansa de cometer.

El lenguaje de Versos de hiel es directo, los temas son variados aunque mantienen un hilo conductor. En cualquier caso la poeta deja al descubierto las emociones que desgarran su corazón para que el vigor desprendido llegue a todas las almas o a aquellos que tienen alma, porque Versos de hiel supone la búsqueda de lo esencialmente humano.

Para encontrarlo ahonda en la memoria; es a través del recuerdo donde quiere ver el futuro. Este presente no le gusta. Un presente que posterga la paz y la justicia para los débiles. Un presente que se olvida de formular una crítica a esta realidad que nos rodea. De estos versos tan amargos se desprende el reproche a nuestra sociedad superficial, consumista, egoísta, deshumanizada.

Nuria Sánchez busca la soledad mientras reflexiona sobre el caos que, el pretendido orden del primer mundo, envuelve al primer mundo. Surge entonces una tensión que sobrepasa su estado emocional y aviva la conciencia del lector.

Sin embargo, el compromiso moral de la autora no anula la estética de los poemas. Las personificaciones permitan éticas abstracciones para que puedan llegar a todo tipo de lector, aunque exijan una lectura activa:


Rebajas del ideario humano con bulímicos pensamientos

[…]

acallando hambrientas masas con frágil destino

(Sociedad y colapso)

La poeta nos obliga a centrar la atención en la existencia que presiona hasta dejar desamparados, a los más débiles, que ven, impotentes, cómo quedan en la soledad y en la muerte. No siempre usa metáforas; los sentimientos más indignados traen imágenes reales, acusadoras con el objetivo de remover conciencias, que ningún malentendido esconda lo que quiere denunciar «Porque malditas son las bombas que matan sin justificación» (Gaza).

Aunque la poesía, en general, sigue siendo minoritaria parece que se encuentra en un momento de plenitud. Probablemente por tantos sucesos, inconcebibles por opresivos, que marcan nuestra actualidad. La voz de Nuria Sánchez entra en este presente con estéticas de una de las épocas más combativas; su palabra contiene rasgos de la poesía social, comprometida con los frágiles; por eso, hoy, la mujer es tema importante en sus páginas.

Asimismo Versos de hiel se hace eco de la poesía de la experiencia, lejos de cualquier acartonamiento; incluso permite alusiones explícitas al lector que hacen referencia a conflictos actuales: «Es solo un lamento sirio que afronta el mañana / y el desgarrador silencio de oscuras miradas» (Lamento sirio).

Estas menciones llegan a apoderarse de la segunda persona para citar de forma individual a las víctimas de cualquier conflicto o maltrato. Da lo mismo. En cualquier caso los agredidos quedan destrozados física, psicológicamente o condenados al olvido social.

Otras veces, las alusiones son menos explícitas porque lo engloban todo, integran nuestro presente; es el día a día de cualquier sociedad. Afecta, como siempre, a los más desprotegidos: a los considerados inferiores por los seres humanos del llamado primer mundo y a la mujer, aún hoy contemplada como inferior al hombre, por lo que, en las “sociedades avanzadas” el maltrato se estabiliza.

Sánchez Nicolás lo denuncia todo, a los maltratadores y a la sociedad que los permite. Denuncia la ira y el desprecio del maltratador. Denuncia las palizas del torturador y las torturas del verdugo. Y, tras cada situación, como si de un estribillo se tratase, denuncia nuestro silencio


Todos callan

nadie habla

para que seamos conscientes de cómo actuar; así, con un quiasmo significativo alerta de que podemos cambiar el final.


Ahora todos hablan

y ella calla

D.E.P.

(Miradas de complicidad)

Versos de hiel se va alejando del yo poético para adentrarse en la reflexión, y poder manifestar preocupaciones políticas, sociales o existenciales: «Desde el Primer Mundo lanzamos desperdicios y en el hogar de la pobreza observan atónitos la acción del hombre y tanta (des)vergüenza» (Planeta B).

Pero no por esto abandona la armonía en el plano de la expresión; en ocasiones, el contenido, profundo, queda enmarcado entre la primera y la última estrofas. Es lo que encontramos en Ecos del pasado, donde nos recuerda que la opresión de la mujer trae endiosamiento del hombre y cosificación de la oprimida


Saturada de verbos imperativos

[…]

de tacones en Occidente y pies vendados en Oriente

Un recuerdo que la poeta quiere circunscrito a la esperanza del presente. Siempre. En el inicio:


Ella camina con paso firme

decidida… Sin miedo

Y al final de nuestra andadura


Ella camina con paso firme

decidida…

Sin miedo.

La voz de Nuria Sánchez se suma así a la de quienes han querido ver una posibilidad de reconciliación entre los hombres y el mundo.

Si en la Generación del 27 muchos versos, como los de Gabriel Celaya, incentivaban a la lucha por la igualdad a través de la palabra


Tal es mi poesía…

[…]

Tal es, arma cargada de futuro expansivo

con que te apunto al pecho

en la actualidad, los versos de nuestra autora nos impulsan a denunciar mediante la voz: «Puede que consiga empuñar un arma y disparar versos» (Puede que…)

Asimismo, al igual que en el cuento de Meritxell Martí, Sunakay, se denuncia la sociedad apocalíptica a la que nos acercamos, el punto sin retorno en el que el planeta está siendo destruido por el afán de poder, en Versos de hiel, Nuria insiste en la catástrofe y en quiénes serán los más afectados,


porque para los de abajo no hay planeta B

y si lo hay

la B será de BASURA

La poeta está dispuesta a no silenciar lo vergonzoso con similicadencias


Sociedad y colapso…

tan solo SUCIEDAD

con ironías

                   Querido amor… taciturno compañero

con sarcasmos


Pasen y vean

disfruten del atroz espectáculo

Satisfagan su odio a lo desconocido…

con aliteraciones que aumentan el dolor


Queja: quebranto, querella y quimera

con polisíndeton que agranda la inutilidad del consumismo


precios y saldos y liquidaciones

y a lo lejos… un pasillo desierto

con experimentación tipográfica que explora nuevas esperanzas

                   subiendo escaleras

  a

   j

  a

  n

  d                           c

peldaños, abriendo puertas

                                                   m
                                                    i
                                                   n
                                                   a
                                                   n

   soñando

Una esperanza que, a pesar de todo, no pierde y que la hallaremos en la sencillez de la inocencia. El poema final, Caleidoscopio, representa la metáfora del ser humano que siente nostalgia de la niñez. En ella renacerá humanizado, «en un ritmo acompasado con triangulares destellos».                                                 

domingo, 31 de marzo de 2024

CANTO YO Y LA MONTAÑA BAILA

Parece increíble que un libro tan pequeño contenga tanto.

Es un libro corto, no llega a doscientas páginas, pero grande. Como grande es su protagonista: la naturaleza vista desde diferentes perspectivas, los seres vivos, humanos, animales y vegetales y los que no lo están pero hacen posible la vida: la nubes, la lluvia, la montaña, la tierra… Hay hasta dieciocho puntos de vista, subjetivos, diversos, algunos contradictorios que, en forma de voces narrativas se van presentando en primera persona de forma individual mientras tejen una red que los engloba a todos, que los hace partes interactivas de una unidad.

Al leer Canto yo y la montaña baila tenemos la certeza de que el canto es el de la vida, más allá de la muerte, y de que las ganas de vivir de Irene Solà han hecho posible que de estas páginas, llenas de dolor, de sufrimiento y de muerte, salga uno de los homenajes escritos más bellos a la alegría de estar vivos.

Las montañas del Pirineo conforman el espacio. Todo lo perteneciente al entorno influye en los seres que lo habitan; seres amados por la autora, tratados con respeto porque ella está segura de que todos cuentan.

La estructura, fragmentada en diferentes voces narrativas y enlazada en los hechos, hace del libro una novela coral con narradores intradiegéticos que exponen los acontecimientos de forma sesgada, según los sienten en el momento elegido. Los lectores conocemos la versión de cada narrador aunque no podamos evitar que la tensión se acumule conforme vayamos siendo testigos de sus apreciaciones.

Cada capítulo está contado desde el punto de vista de un personaje que habita en la montaña. El protagonismo va cediendo paso de unos a otros, de esta forma, normalmente en primera persona, somos conscientes de la importancia de la lluvia o de los animales en el medio ambiente y su influencia en el ser humano. Todos los seres vivos estamos para conseguir que la naturaleza funcione. Apreciamos los sentimientos de los animales o las motivaciones y debilidades de los humanos.

Incluso las montañas, que parecen inamovibles avisan en su discurso profético de que nada es eterno «Y nuestros restos, nuestros despojos, nuestras peñas se convertirán en valles, llanuras, toneladas de materia rocosa que se hunde en el mar».

No podemos desengancharnos de esta novela en la que en ocasiones tenemos la impresión de estar ante cuentos independientes. Esto le confiere al libro una personalidad diferente porque cada voz conserva distintas matizaciones, desde la emocionada de Sió hasta la pícara de las nubes. Son ópticas diferentes que expresan emociones, órdenes, dudas, deseos… a veces ironizan, otras ruegan, afirman o niegan. A veces aparecen matices recelosos y otras reveladores.

La vida es dura en la montaña, no cabe duda, para todos, pero primordialmente para la mujer pues ha sufrido el peso de las supersticiones, la ignorancia y el odio irracional del hombre «Ponía el mantel, el pan, el vino, las viandas, el agua y un espejo, para que se miraran en él los malos espíritus y se vieran comiendo y bebiendo y así no mataran a sus hijos. Pero también te pueden ahorcar por una cosa pequeñita».

Aunque es dura, el tono que predomina es el poético, incluso cuando aporta un enfoque dudoso que consigue aumentar la tensión. El tono irónico, que aparece en ocasiones en las leyendas mitológicas, evidencia las contradicciones que los hombres han mantenido desde tiempos inmemoriales con la mujer «el propio Heracles, después de violarla y dejarla encinta, encontró su cuerpo devorado por las alimañas en la montaña y le rindió honras fúnebres […] Hombre, Heracles, ¡gracias!».

En la actualidad, cuando el tono informativo se transforma en didáctico, alerta de lo indescifrable de la barbarie que supuso la guerra civil. Los cadáveres de los que huían de la guerra reviven y reivindican la vida sesgada con la que llenaron las montañas «Cuando huíamos casi no se veía el río. Como si también tuviera miedo y se escondiera, y solo se oía su murmullo como un susurro asustado».

La autora, Irene Solà, necesita las voces de los muertos para entenderlo todo; los fantasmas acuden en ayuda de los vivos para poder superar el dolor de la ausencia. Escribe una ficción con retazos de realidad en los diversos conflictos que surgen. Prácticamente cada personaje tiene uno, porque así es la vida, y no todos se resuelven o lo hacen con el devenir; el paso del tiempo está siempre presente y el espacio es el que contextualiza la propia estructura de la novela, porque el propio ambiente, con el acontecer, desarrolla y arregla la situación.

Asimismo, en su estructura encontramos, en algunos párrafos, poesía, «No hay pena si no hay muerte. No hay dolor si el dolor es compartido. No hay dolor si el dolor es memoria…». O percibimos algunas cancioncillas que uno de los muertos compone al fundirse con la tierra; de esta forma descubre y nos descubre qué le ocurrió y cuáles fueron sus sensaciones


No quería ponerte triste, tan solo, Jaume,

no quería dejarte solo, tan triste, Jaume.

El poema dedicado a Mia es en realidad el estado de ánimo en el que ella se queda tras ser separada abruptamente de su hermano. Todo el capítulo La poesía no constituye una selección lírica sino un refuerzo con el que afianzar la unión del hombre y la naturaleza


Ven, madre, hablemos

de lo que pasa en el bosque, por la noche

y para asegurar que en esa unión reside el título del libro, la esencia:


Canto como si plantara

[…]

Como Dios creando animales y plantas.

Canto yo y la montaña baila.

Y en esta estructura, que no es la de poesía, ni la de prosa poética ni la de novela, también encontramos pasajes donde los sueños forman parte de la realidad; al principio le cuesta al personaje diferenciar lo onírico de lo real pero después es capaz de distinguirlo aunque lo introduzca en su cotidianeidad.

Canto yo y la montaña baila no pertenece al realismo mágico o no, al menos, al referente del boom hispanoamericano. Me cuesta dónde clasificar esta novela de Irene Solà por eso estoy convencida de que en ello reside su belleza; los sentimientos son primordiales pero no podemos afirmar que estemos ante una novela psicológica; no ahonda en los motivos o temores de los personajes, en sus causas; están ahí y aparecen sin llamarlos, en el sueño o en el pensamiento. La nostalgia, la melancolía, la tristeza, la alegría, el miedo, la fuerza de todos los que conforman el paisaje es un canto a la naturaleza y a la integridad del ser humano.

Solà ha conformado una historia a través de los años que le va dando carácter a las montañas y a quienes las habitan. La naturaleza parte de la imaginación, donde la memoria armoniza el espacio cambiante en el tiempo, por eso es capaz de igualarse en un cronoespacio que despierta la sensibilidad y emotividad del lector


Cruzan la montaña como si fuera un campo […] Les digo adiós con la mano […] ¡Adiós, adiós! […] ¡Adiós, adiós! Les digo adiós con la mano y se meten en la mañana para no volver nunca más.

miércoles, 27 de marzo de 2024

CUANDO FUI MORTAL

Leí este libro de cuentos hace unos veinte años. No me acordaba bien de cada uno y, como no tenía claro cuánto tiempo había pasado desde la lectura lo busqué en el blog, inútilmente, y, sin buscarla, me apareció una reseña en Babelio denostando su contenido. Me puse de tan mal humor que decidí volver a leerlo.

A pesar de que algunos de los doce cuentos que lo componen están escritos por encargo, se nota la mano del maestro, un genio del lenguaje y de la narrativa que hasta ahora no ha sido superado. Ante esto, los mortales no podemos poner una sola pega, quizás que no le concedieran el Premio Nobel pero, ya se sabe, la política manda y Javier Marías no tuvo nunca problemas para denunciar aquello que no le parecía bien del poder y le daba igual quien gobernara, o que fuera central, autonómico o municipal. Más allá de esto pocos autores (vivos o muertos) logran que su obra esté publicada en más de catorce países. Así que reitero, sigue siendo el maestro.

Los doce cuentos son de extensión variada, algunos como el que da nombre al libro Cuando fui mortal o Todo mal vuelve, Menos escrúpulos o Sangre de lanza son casi novelas cortas. Otros, más reducidos contienen las características de la narrativa corta, centrados en una trama, con pocos personajes y alusiones a ellos de manera que fácilmente podemos hacernos una idea pues sus descripciones, más allá de reproducir los estados de ánimo de los protagonistas mantienen la tensión generada en la historia.

Los personajes se van individualizando en el transcurso del relato, «La lanza era suya, traída unos años antes como recuerdo de un viaje a Kenia y del que vino lamentándose, como de costumbre […] de vez en cuando cedía al impulso de un capricho […] La mujer estaba casi desnuda, con unas braguitas tan solo». El relato queda como una puesta en escena que, al ir siendo detallado poco a poco, nos da la impresión de encontrarnos ante diferentes secuencias de una película de la que no sabemos el final.

El desenlace se va labrando desde el principio y, aunque lo intuyamos, no estamos seguros del giro que puede producirse, que ciertamente no se da en todos los cuentos. En los doce hay un hilo conductor y es la expresión de los sentimientos del narrador aunque a veces nos lleguen a través de la ironía con cierto toque de humor, y otras mediante la intriga, pero siempre participan de las características de la novela negra.

Indudablemente, creo que en esta selección destaca el narrador como observador privilegiado; podemos asegurar que es testigo de los hechos, aunque algunos los observe desde un lugar inquietante. Esto hace que la realidad quede difuminada, de ahí que tengamos la impresión de que en ocasiones divaga ante una existencia que parece más un sueño. Que el narrador tenga un enfoque ocular, permite aflorar la nostalgia en unos casos y el testimonio actual en otros.

Los comienzos de los relatos son meramente anecdóticos «El domingo de Ramos casi todos mis amigos habían abandonado Madrid y yo me fui a pasar la tarde al hipódromo». Pero según progresan se van transformando en asombrosos o desasosegantes: «en ese viaje no se quiere la intromisión de un extraño, aunque yo no fuera un extraño, creo, para quien ya subía por las escaleras. Sentí un vacío y…» Y al final todos terminan de forma abierta, aunque los espacios sean significativos de lo que pueda ocurrir en cada uno de ellos. Eso es lo de menos, el lector se queda con la impresión de que el protagonista puede actuar según lo previsto o no, «Di media vuelta y abrí la puerta para marcharme. No contesté nada, pero me pareció recordar que sí».

Su escritura, no cabe duda, es de gran rigor estilístico, ya sea en una novela extensa, como Berta Isla o en un cuento cortito como No más amores; el pensamiento crítico aparece en sus líneas así como la condición humana, por eso, sea el personaje que sea, empatizamos con él: «la había hecho áspera y reconcentrada a una edad en que esas características en una mujer ya no pueden resultar intrigantes ni todavía objeto de broma y entrañables».

Los lectores de Marías tenemos un reto con cualquiera de sus textos: desentrañar las claves de su historia, algo que normalmente queda entre líneas. Debajo de la frialdad de sus personajes se ocultan sentimientos; detrás de nimiedades se hallan simples malentendidos causantes de comezón, tras el estilo desinhibido, apasionado de la oración compuesta y largos fragmentos, encontramos normalmente una historia concentrada en el último párrafo, como ocurre, por ejemplo En el viaje de novios.

Cuando fui mortal son doce relatos que no se pierden en divagaciones. Apuntan certeros al problema que quiere comunicar su autor, aunque en ocasiones tenga que exponer relaciones ambiguas o usar la memoria como aquello que nos aporta nuestra identidad. El pasado es el que nos forma, de ahí que no importen en su estilo, sino todo lo contrario, las repeticiones, «mi amiga Claudia […] una italiana amiga de mi anfitriona Claudia, también italiana…».

Son fundamentales también las hipérboles, que contribuyen a relajar la tensión normalmente, «el lateral en que se hubiera instalado habría quedado copado por su desmedida figura y descompensado, él a solas frente a cuatro comensales pasando apreturas».

La función metalingüística se agradece cuando nos enfrentamos a términos cultos, que sin ella ralentizarían la lectura, «hija de un viejo embajador misino (neofascista, es decir)».

La inmediatez se logra cuando introduce los pensamientos del narrador en el momento pasado en que los tuvo y que, nosotros, desde nuestro presente no podremos saber si se cumplieron: «era la primera vez que estaba en Sevilla, en viaje de novios con mi mujer tan reciente, a mi espalda enferma, ojalá no fuera nada».

Los recursos estilísticos son muy variados y ayudan al ritmo narrativo. Encontramos paronomasias «y vi a la mujer mejor», derivados «me dio sin querer un codazo en mi codo» y falsos derivados humorísticos «el almirante Almira (su predestinado e incompleto apellido)», deícticos personales «sus prismáticos para ver… ya tenía los míos ante mis ojos», paralelismos «lo primero que vi de él fue […] Lo segundo que vi fue…», explicaciones jocosas, por innecesarias, porque se entienden perfectamente en el transcurso narrativo «llevaba gemelos, quiero decir en los puños de la camisa», empleo de adjetivos cultos pertenecientes a otro campo «el pelo rubiáceo»; concatenación: «se rascaba la espalda, se rascaba la cintura, la cintura era gruesa…», contacto directo con el lector «No sé si contar lo que ocurrió recientemente a Custardoy […] Venga, voy a hacerlo», palabras en desuso, que el propio narrador avisa «aún no habían yacido, según la expresión anticuada», otras pertenecientes al vocabulario técnico culto «la voluntad de dolo» y otras que forman parte del lenguaje cotidiano o la jerga «tugurios julaicos».

En fin, una mezcla de estilo impecable en la forma y de tensión, realidad, sueño en el fondo con los que señala el problema del éxito en la crítica literaria, el problema del olvido, el problema de la escritura y las editoriales, la inseguridad de aquellos que fueron víctimas de abuso infantil, las reflexiones éticas que nos hacemos, el paso del tiempo capaz de borrar la importancia a hechos injustos y graves, la tensión que generan algunas profesiones y el poder del dinero.

Insuperable Marías en cualquier caso.

miércoles, 20 de marzo de 2024

COINCIDENCIAS

En este librito, formado por tres relatos, vemos la esencia de Rosa Montero. No debemos olvidar lo que hemos sido pues marcará lo que somos ahora y las circunstancias en las que nos encontramos. Pero la memoria acude a retazos, por lo que nuestra identidad, producto de esos recuerdos, puede estar afectada por ellos. Y el presente siempre se dirige a la muerte, que curiosamente aparecerá de forma reiterada en nuestra imaginación. Es decir, memoria, identidad, imaginación y muerte están conectadas.

La asesina de insectos expone dónde están los límites del compromiso. Dónde queda el papel del hombre y el de la mujer en el matrimonio, en la convivencia. Qué ocurre con el chantaje emocional de los egoístas, que por lo demás son vagos intentando dar pena para salir adelante.

El matrimonio supone un proyecto en el que, quienes lo forman deben implicarse. Si no ocurre así, está claro que fracasará y, vaya coincidencia, la mayoría de las veces es la mujer la que lleva las riendas, organiza, trabaja y alienta al hombre. Cuando esto ocurre sin reciprocidad, todo se viene abajo. ¿Por qué en estos casos es normalmente ella quien lleva la carga y además acusa una culpabilidad por no haber sabido alentar al marido?

Mujeres que viven una vida triste «de color panza de burra» porque no analizan sus emociones; si lo hicieran se darían cuenta de que pueden disfrutar de la existencia sin tener que cargar con parásitos abusones que desprecian todo aquello que supone un cambio en sus costumbres que, por otro lado, quedaron estancadas en la adolescencia. Parásitos que no han madurado, incapaces de darse cuenta de que son un lastre para aquellos que los rodean; o se dan cuenta y no les importa. Hacen daño a la mujer, culpándola de su propia inutilidad «Marina siempre detrás clavándose en su tímpano, Marina torturante y berbiquí». El rencor que sienten hacia la mujer envuelve en una mentira su existencia «Toda una vida con ella, contra ella» y la de quienes los rodean. Una vida tocada por la desesperanza que se convierte en mera subsistencia.

En El hombre de mis sueños también la mujer espera mejorar con un hombre. El sueño recurrente de ascenso en el ascensor es significativo. Pero en ese sueño hay un aviso inquietante, cuando el hombre va a estrangularla, ella despierta, «pero sé, con total certidumbre, que estoy muerta» y así somos las mujeres. Si nuestra autoestima está baja, podemos pensar que el contacto con un hombre nos solucionará la vida, arreglará nuestros problemas porque nos protegerá y amará como en las películas. De esta forma, una vez establecida la relación de dependencia, pocas veces se puede dar marcha atrás. Si se pone violento es por algo que hemos hecho, algo que lo ha enfadado, «temía que mi comportamiento de esta mañana le hubiera parecido propio de una loca furiosa» y a pesar de saber que su actitud no va a cambiar, continuamos a su lado, porque seguimos intentando vivir nuestra ficción, «Siempre me despierto en ese momento», como si en cualquier momento, llegado el peligro, pudiéramos retroceder. Pero hay que tener en cuenta que vivir en una mentira no puede traer nada bueno y Rosa Montero nos avisa de ello, «Como me suponía, ni trabaja allí ni le conoce nadie», porque aunque sepamos lo que nos espera esperamos que nuestro amor pueda cambiarlo. Y no. Los violentos no quieren a nadie.

El último relato, Parecía el infierno, pone sobre el papel las consecuencias que la envidia puede traer. En Los tiempos del odio, la autora ya trató la aversión como un sentimiento nacido de la envidia. En este relato, Violeta se encuentra en un infierno que curiosamente está formado por el sol abrasador y el agua de una cala profunda. Ella, tumbada en la arena, «veía el mar como una pared vertical […] que amenazaba con desplomarse sobre la playa». Violeta ha llegado a su propio infierno, que no es sino la envidia que siente hacia su prima Carolina y la vida que la rodea, «un cuerpo de revista, una carne atlética y tostada». El problema es que Violeta se siente sola; su madre se está muriendo y ella querría ser otra persona, como su prima, despreocupada, capaz de conseguir lo que se propone, incluso a Nicolás, el chico del que Violeta se había enamorado y pensaba que ella también le gustaba hasta que un día vio a Carolina y Nicolás juntos en el agua, «se agitaban los cuerpos con raros movimientos». La chica odia desde ese momento a todos, a Carolina y Nicolás por arrebatarle su sueño y al resto de amigos por burlarse de ella, así que esperará el momento en que, en una coincidencia que le brinda el destino, puede transformar esa cala en un infierno real aunque no para ella «…el sol calcinaba. Parecía el infierno, pero tan solo era una aburrida mañana de verano».

Al leer Coincidencias reflexionamos sobre cómo el amor puede transformarse en dolor. Marina Gálvez se ha visto abocada a una vida llena de penurias rutinarias que la ahogan. La protagonista de El hombre de mis sueños ni siquiera tiene nombre, vive instalada en una falsa realidad amorosa, un sueño que es solo de ella y que, por no saber salir de él para enfrentarse a la realidad, terminará causándole un dolor absoluto.

La frustración de Violeta la lleva al aislamiento, al desprecio hacia los demás y al dolor.

Son mujeres que sufren porque no se aman a sí mismas y, para darse cuenta de esto y ponerle solución, solo deben prestar más atención a sus sueños o deseos. La mayoría de veces al vernos en un sueño dejamos que nuestro inconsciente nos muestre nuestra personalidad o los rasgos que quisiéramos tener. Una vez despiertos, nuestra consciencia es la que nos guía para alertarnos de si se trata de experiencias pasadas o posibles o son meras advertencias. Para distinguir lo correcto abandonaremos un pensamiento lineal. Hemos de estar preparados para visualizarnos capaces. Solo así podremos convivir, al menos, con nosotros mismos.